Por Arturo Corona M.



México vive una guerra contra el crimen organizado desde hace cinco años. El saldo frío e impersonal es de más de 40 mil muertos, muchos más que en toda la guerra en Irak. .




Son muertes violentas, muchas son el resultado de enfrentamientos entre pandillas rivales en su lucha por el control del lucrativo negocio del tráfico de drogas en su ruta a los Estados Unidos. Otras más son policías, soldados y marinos que pierden la vida al enfrentarse a los delincuentes, pero muchos son simples ciudadanos que se ven atrapados en el fuego cruzado entre narcotraficantes y fuerzas de seguridad, el estar en el lugar equivocado en el momento erróneo.




Los ejemplos abundan, un grupo de 18 turistas michoacanos que fueron a vacacionar a Acapulco y fueron confundidos por una banda rival. La autoridad encontró una narcofosa con los cadáveres de los 18 infortunados.




En Monterrey, la tercera ciudad en importancia en México, y la más industrial, se ha vuelto tierra de nadie. Una balacera a las puertas del Tec de Monterrey, la escuela tecnológica de más renombre en México, deja a Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo Verdugo, dos estudiantes a punto de terminar una maestría en mecatrónica, muertos al ser confundido por delincuentes durante una balacera con miembros del Ejército y delincuentes.












Según los sicólogos el ser humano pose capacidades para defenderse de la violencia extrema y se vuelve insensible a su entorno. Antes cuando en los medios de comunicación informábamos de un asesinato violento, de un levantado, de un decapitado, de un colgado debajo de un puente, nos alarmaba, hoy esas mismas noticias multiplicadas ya no nos llaman la atención, salvo cuando el ejecutado tiene nombre y apellido y es hijo de un escritor conocido, como Juan Francisco Sicilia.






Los "levantones"


El diccionario abunda en nuevos términos relacionadas con esta guerra que no tiene fin, levantones que es la acción de que un grupo de narcotraficantes secuestre a rivales o inocentes por igual para matarlos y después tirar los cadáveres.




Funcionarios municipales son “levantados” para ejecutarlos, igual policías, militares, marinos, turistas, y muchos inocentes como Juan Francisco Sicilia, un joven de 24 años de edad que fue secuestrado en la Ciudad de Cuernavaca, Morelos, a unos 50 kilómetros de la Ciudad de México junto con seis de sus amigos.Los cuerpos de los siete fueron encontrados amontonados en un automóvil, todos fueron asfixiados y torturados.




Juan Francisco se hubiera sumando a la larga lista de muertes atribuidas al narcotráfico como uno más, pero la casualidad es que su padre es Javier Sicilia, un reconocido escritor, poeta y periodista de izquierda cuya voz se ha escuchado.




Todos somos Sicilia




Javier Sicilia convocó el pasado 6 de abril a una manifestación en Cuernavaca que pronto se multiplicó a decenas de ciudades, incluso en Buenos Aires, en Santiago de Chile, en Europa, en Estados Unidos, decenas de mexicanos en el extranjero se congregaron frente a las embajadas para exigir un ya basta. El poeta emplazó a un plantón el zócalo de Cuernavaca y dijo que no se moverá hasta que los asesinos de su hijo sean llevados a la justicia.




Es trágico decirlo pero la adversidad, el enorme dolor de perder a un hijo y poder alzar la voz para denunciarlo, ha conseguido que varios mexicanos y mexicanas transformen su dolor en una especie de líderes de los millones de personas que nos sentimos indefensos ante los criminales y la autoridad, que decimos ya basta pero nadie nos escucha, estamos impotentes ante la criminalidad.






En resumidas cuentas, los Sicilia, los Marti, los Wallace, los Gallo, todos padres de familia que sufrieron la muerte de sus hijos se han vuelto voceros de movimientos que exigen a las autoridades parar esta ola de muertes, de sangre, de viudas, de huérfanos, el sentir es que en esta guerra los civiles, las mujeres, los hombres, los mexicanos de bien llevamos la peor parte y no se ve para cuando mejoren las cosas.

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